El Diván de las confesiones

Sentada cómoda y placenteramente en este diván, como sumergida en una nube que me cautiva y envuelve, con el mejor terapeuta que se puede tener, yo misma, comienzo esta historia o cuento, o una fabula, o una leyenda, o simplemente mis memorias, o una autobiografía, en fin como se le pueda conceptualizar. Confieso que en este transitar travieso de mi espíritu, ha habido senderos de piedras, en los que camine descalza con los pies sangrando, que cruce valles oscuros, armada y luchando batallas de dinosaurios de antiguos, batallas de dragones de ancestros en fases de lunas.

Que fue el desierto árido solitario, que la armadura me apretaba, a veces me sofocaba y otras tantas me asfixiaba, que el corazón latía fuertemente, que el corazón no latía, que el fuego me quería devorar, que escuchaba ecos de lamentos. Confieso que el inframundo se agigantaba, que los vientos me estremecían, que ese cordón indeleble casi no se sostenía, que por momentos me veía desde otro plano, como escenas de películas interpuestas. Confieso que así palpe la vida en ese sendero, como orate con un equipaje demasiado pesado, demasiado cargado de aflicción, de voces y voces que susurraban tontadas.

Las batallas se agudizaron, se convirtieron en extenuantes luchas más allá del entendimiento. Tal cual un ring de boxeo, con sus cuatro esquinas, yo en una y mi psiquis en la otra, desplazándome por cada una como los cuatro puntos cardinales, a veces era el norte y veía todo claro, a veces era el sur y me trasladaba al medio evo, a veces era el este y caminaba segura, a veces era el oeste y me paralizaba.

O también como las cuatro estaciones, cada contienda me trasladaba vertiginosamente a una estación, en cada asalto caía sin fuerzas, sostenida por una pequeña luz que titilaba en cada contienda, confieso creí morir, si así fue, hubo una muerte que abrió paso a la luz. Confieso que en esa cruzada me vi conectada, me vi enchufada, me vi dormida, que todos esos enfrentamientos estaban en mi mente, ese equipaje cargado de sandeces, de preceptos, de filosofías, de doctrinas, de creencias, de dimes y diretes, de rostros inexistentes, de legados atávicos, de un sinfín de reglas intimidantes, de grandes temores que borraban la autenticidad de mi ser. Confieso que en este acontecer acontecido, en ese destierro de castigos impuestos, en ese sitio inexistente, esas voces ficticias que tomaron forma como espectros sin luz, se desplomaron vertiginosamente, tras ese enfrentamiento. Confieso que ese fue solo un capitulo o quizás muchos comprimidos, o tal vez la historia de líneas escritas, la historia de líneas sin escribir, que estoy declarando que la muerte fue un renacer, que me vi como el Ave Fénix, resurgir de las cenizas.

Si me vi desconectada, me vi despierta, que era solo el momento, que todo se alineo para trascender ese espacio, para trascender el tiempo, que el cielo, el paraíso, el nirvana, el todo y la nada, habitan en mi. Confieso que camine descalza sobre pétalos de rosas, acariciada por el roce de alas imperceptibles, sostenida por la luz, abrigada por ese manto infinito de estrellas, que ya no hay espacio, que ya no hay tiempo, que no existe el miedo, que no existen las guerras, que el latido del universo es mi latido. Confieso que las dimensiones están entrelazadas, que el universo es la conspiración perfecta de la obra maestra de la creación y que en esta composición perfecta esta mi energía, o como le dicen mi espíritu, el del planeta, el de cada humano, que es un inmenso valle lleno de colores y que el arco iris es un puente a transitar. Confieso que desperté, confieso que soy el momento, que este estado de plenitud reside en mi, y confieso que estoy aquí sentada en este confortable diván que me ha llevado a este deslumbrante viaje, y que continuo en ese viaje sin meta, solo por el simple placer del sendero transitándolo.

Eliana Padrón