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El Cuentista

  • Foto del escritor: Eliana Padron
    Eliana Padron
  • 6 feb 2019
  • 5 Min. de lectura

Supo la historia de un cuentista que escribió una historia, pero que a diferencia de los demás comenzó por el final y decía así:

“Y fueron felices por siempre, jamás”.

El cual estaba ilustrado con millares de personajes de diferentes creencias, culturas, doctrinas, filosofías, razas, colores, fronteras, etcétera, en un sin fin de etcéteras.

Se situaba en aquel diminuto planeta nombrado Tierra, el cual se encontraba en aquella recóndita galaxia llamada la Vía Láctea, habitado por esa raza denominada humanos.

Fue entonces que el cuentista descubrió, que a aquella raza tan controversial se le atribuían poderes mágicos, sin embargo, siempre andaban buscando incansablemente lo que ya poseían en demasía, sin ser conscientes de que el ser que habitaba en su interior era el portador de esa magia.

Relató en aquel cuento, que ellos vivían creyendo que iban a morir y morían creyendo que iban a vivir, que le tenían miedo al miedo, que arremetían en contra de ellos mismos, que creían que su mente los controlaba, que creían que sus emociones eran tóxicas, que creían que ellos eran eso, con sus rollos y follones medievales, con sus traumas, con sus berrinches y pataletas, con sus carencias tan expuestas, con su agigantado orgullo, con aquella vanidad que era como un señuelo y por supuesto aquel gran ego engolosinado.

Todo lo habían convertido en un juego, quizás si lo era, quizás no, quizás estaban atrapados en el embrujo del cuento, de ese que construyeron con filamentos de energía siendo energía, o quizás aquellos que creían que brotaba de sus raíces como árboles que crecen en grandes bosques.

Semejantes disparates, semejantes locuras, semejantes laberintos inventados en desenfrenos, un tanto atormentados, de humanos que se miran de reojo, de incontables versiones escritas, de versiones habladas, sin estar, hambrientos de dolor, sedientos de drama, siempre creando dragones, siempre creando caos, fascinados con los múltiples atajos que predominan la razón, con las múltiples hazañas de creaciones creídas, pero lo muy controversial de todo esto, que aún así, en sus corazones abrigaban fe y abrigaban mucho amor.

Fue entonces que el cuentista escribiendo se preguntó,

¿Por qué se decía que era una raza mágica?

No lo podía entender.

Al hacerse esta pregunta se produjo una especie de neblina que lo cubrió todo, se levantó cautelosamente y en cada paso que daba se iba disipando aquella espesa niebla hasta ver con asombro dos puertas, se detuvo en seco mas no sentía miedo, solo una gran curiosidad, se fue acercando lentamente a ellas, quedando parado en el medio de las dos.

Fue entonces que miró por la cerradura de la puerta derecha, quedando fascinado ante aquella visión, cuando de pronto una energía sutil lo cautivó introduciéndolo.

Estando allí, sintió una dulce sensación que recorría todo su cuerpo, contempló aquellos rostros llenos de felicidad, rostros iluminados por la paz, otros tantos riéndose a carcajadas, muchos charlando amenamente, otros abrazándose con ternura, miles besándose con pasión, otros en la copulación del templo sagrado del amor, muchos mas mirándose con vehemencia, expresando compasión, sintiendo humildad ante otros humanos, siendo tolerantes entre si, aceptándose tal cual eran.

Y nuevamente se preguntó:

¿Si sentían todo esto y expresaban tanto amor, como era que vivían en conflicto?

Al hacerse esta pregunta la misma energía lo sacó de inmediato, fue entonces cuando escuchó una voz que le dijo, mira por la cerradura de la otra puerta.

Lentamente el cuentista se acercó, sintiendo un poco de escalofríos ante la proximidad de aquella energía que lo atraía de esa manera, como si lo estuviese hipnotizando.

Se aproximó con sumo cuidado a la cerradura de la puerta izquierda, percibiendo como una fuerza abrumadora lo absorbía, introduciéndolo en ese siniestro mundo, su respiración parecía detenerse, sus piernas se tambaleaban, sus manos estaban heladas por la sensación tan voraz que lo cubría, vio con horror aquella oscuridad, como una escena de película de terror.

Los rostros estaban cubiertos de pesadumbre, las miradas perdidas se encontraban bajo la lupa de Átropos, la lupa del embrujo de lo que habían creado, viendo con estupor como aquella raza estaba transfigurada por sentimientos de ira, de dolor, de rabia, de miedo, de ansias de poder, de adicciones, de melodramas, de carencias y sarcasmos, de ironías y siniestras actuaciones desafiantes y contaminantes.

Contempló que era la creación creada y creída, que se había apoderado totalmente de ellos, tan devoradora que se superaba a si misma, atrapados en lo que ellos creían que llamaban tiempo, en lo que ellos creían que llamaban espacio.

Comenzó a sentirse igual, como que todo esto que estaba observando como espectador, se le estuviese introduciendo por todo su cuerpo, esto lo hizo reaccionar, se detuvo en el acto gritando con toda su fuerza.

“Esto no es real”, repitiéndolo cada vez con mas vigor, “Esto no es real”.

Y sin mas volvió, viendo como aquella puerta se cerraba bruscamente, desapareciendo.

Ya no había puertas, ambas habían desaparecido, giro buscando algo mas, pero no había nada, era como si hubiese entrado en una dimensión abstracta como si fuese parte de una de las pinturas de Picasso con sus trazos en colores inexistentes, se sentía como en un colchón de nubes, que lo mecían tiernamente, caminó sobre ellas riendo como un niño que experimenta algo nuevo, su pluma había desaparecido, solo habían hologramas de todo cuanto recibía.

Fue entonces que advirtió que a lo lejos estaba otra puerta, pero esta no tenía cerradura, como si formase parte de ese todo, de aquella dimensión o universo paralelo.

Sus pasos se hacían cada vez mas livianos, sintiendo como su cuerpo se iba desintegrando poco a poco, a medida que se acercaba a aquella gigantesca puerta, la misma se abría invitándolo a pasar.

Contempló atónito por primera vez su ser, estaba radiante, en todo su esplendor al igual que todos los que estaban allí, entendiendo la unicidad del todo, no era necesario calificar esto, no había palabras para ello, no había conceptualización, pero si pudiese describirlo diría un infinito silencio llamado Dios.

Así, sin mas volvió a aquel planeta llamado Tierra, comprendiendo el porque a esa raza se le atribuían poderes mágicos.

Después de haber experimentado todo, tubo consciencia de que eran humanos, quizás perdidos en ese plano, entre los espejismos de lo que llamaban mente, en los espejismos inexistentes de la dualidad del ego o del karma, sin uno ni otro, en la verdad absoluta del ser despertando de aquel largo sueño.

Se dice, que el gran Cuentista termino este cuento con la celebré frase

“Había una vez una raza llamada seres humanos que vivían en un diminuto planeta………………………”

El cuento se titulaba “Una Obra llamada Vida”

Autora: Eliana Padrón

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